Conocí a D. José a principios de la primavera de 2017, al poco de comenzar a trabajar en una plataforma de servicios de Fisioterapia a domicilio. Cuando llegué a su casa, me encontré con un hombre con cara afable y bonachona, con el pelo más blanco que negro, recostado en el sofá del salón y con las piernas a lo largo de él. En el parte de trabajo se requería “Fisioterapia Neurológica”.
Me senté a su lado mientras escuchaba a su hija y a su mujer relatarme una historia dramática en la que D. José había ingresado en el hospital con fuertes dolores de espalda, aparentemente por un tumor que comprimía la médula a la altura de D9, y que cuando salió del hospital después de ser operado, había perdido todas las funciones por debajo de la cintura. La Rehabilitadora del centro hospitalario le había dado por perdido, pero ni él ni su familia se daban por vencidos y sentí cómo sus ojos furiosos y llenos de lágrimas se clavaban en mí cuando terminaron de contarme la historia y me preguntaron si había posibilidad de que volviese a caminar o, al menos, a valerse por sí mismo para la mayor parte de las tareas de la vida diaria.
Con el corazón encogido por el relato de las circunstancias que le habían llevado a ese estado y la responsabilidad de dar una respuesta profesional a la patología, comencé la exploración del paciente y sólo encontré un leve movimiento en el dedo gordo del pie derecho. El resto de los miembros inferiores carecía de movilidad voluntaria y D. José, que es un hombre fuerte, se ayudaba de los brazos para movilizar sus piernas inermes.
Con el corazón encogido por el relato de las circunstancias que le habían llevado a ese estado y la responsabilidad de dar una respuesta profesional a la patología, comencé la exploración del paciente y sólo encontré un leve movimiento en el dedo gordo del pie derecho. El resto de los miembros inferiores carecía de movilidad voluntaria y D. José, que es un hombre fuerte, se ayudaba de los brazos para movilizar sus piernas inermes.
Expliqué a la familia que el asunto tenía muy mala pinta, pero que el hecho de mover ligeramente un dedo era un pequeña luz de esperanza muy, muy a lo lejos. Les dije que no había ninguna garantía de que el tratamiento pudiera conseguir algún progreso relevante, pero que la neuroplasticidad del sistema nervioso exigía una actuación rápida y mucho esfuerzo por parte de todos para hacer ejercicios que pudieran devolver a D. José un mínimo de movilidad.
Miré a D. José a los ojos y lo que vi confirmó lo que sus labios me decían: que él estaba bien antes de entrar al hospital, que siempre había sido un hombre fuerte y que él iba a poner toda la carne en el asador para hacer todos los ejercicios que le fuera mandando porque quería recuperarse con todas sus fuerzas y no quería ser una carga para su familia. Con ese compromiso por su parte, enseñé a la familia los primeros ejercicios que debían ayudar a realizar a D. José y quedamos para la semana siguiente para verificar los resultados y seguir avanzando.
Estuve trabajando con D. José durante unos 6 meses, con visitas semanales, en las que verificaba cómo realizaban los ejercicios, le ayudaba a realizarlos conmigo e introducía nuevos ejercicios, cada vez más complejos y más exigentes. En cada visita, me encontraba con que D. José, con el apoyo de su familia, dedicaba una parte muy importante del día a realizar los ejercicios que yo le mandaba y, como se aburría de hacer toda la semana los mismos ejercicios, él mismo se iba inventando nuevos ejercicios para llenar las muchas horas que pasaba postrado en la cama.
No todo el camino fue fácil y más de una sesión hubo que invertirla en consolarle por los escasos avances semanales y ayudarle a tomar perspectiva para que pudiera valorar de dónde habíamos partido y hasta dónde habíamos llegado, explicándole que la rehabilitación no es un proceso continuo, sino que hay altibajos durante los que siempre hay que concentrarse en analizar la tendencia general de mejoría que íbamos consiguiendo.
Poco a poco, D. José fue ganando en autonomía y lo que inicialmente eran movilizaciones pasivas se fue convirtiendo en movilizaciones activas y en ejercicios de aumento de la fuerza muscular de las piernas. Aún recuerdo el primer día que conseguimos que las piernas le sujetaran de pie unos segundos apoyado en una silla al borde de la cama. Fue una gran explosión de alegría y buenos augurios. Pero aún teníamos que seguir trabajando mucho.
A finales de Septiembre, el estado general de D. José era muy satisfactorio: había recuperado la movilidad y la fuerza de las piernas, tenía una buena autonomía personal levantándose de la cama y moviéndose en silla de ruedas y era capaz de caminar unos pasos apoyando los brazos en un murete o una mesa. Era el momento de continuar la rehabilitación fuera de casa y, afortunadamente, sus progresos hicieron que la Seguridad Social volviese a ofrecerle la atención que siempre había necesitado.
Un par de meses más tarde, una de sus hijas me envió un vídeo que hizo que se me saltasen las lágrimas de alegría. Se veía a D. José recogiendo el fregadero y caminando él solo, desde la cocina hasta el salón, sin necesidad de apoyarse en ningún sitio.
Nunca he estado más orgulloso del coraje, el compromiso y la capacidad de trabajo de un paciente. El objetivo era muy ambicioso, pero él cumplió con creces con su parte del acuerdo y ha podido alcanzar metas que aquel primer día parecían una utopía.
Siempre pongo a mis pacientes este ejemplo de constancia y superación. Querer es poder. El camino no es fácil, pero el resultado suele ser muy hermoso. El papel del Fisioterapeuta es el de guiar al paciente en su recuperación, pero, con suerte, pasamos una hora a la semana trabajando directamente con él. El resto de las 167 horas que tiene una semana, es responsabilidad del paciente poner de su parte todo lo necesario para avanzar lo más rápidamente posible en su recuperación. Sé que es una lata dedicar unos minutos dos o tres veces al día para hacer (y hacer bien) los ejercicios terapéuticos que proponemos, pero hacerlo con constancia y afán de superación siempre da sus frutos y se traduce en una mejor calidad de vida del propio paciente, que siempre es el principal beneficiario de ese esfuerzo. Lo demás es hacernos trampas en el solitario y quejarnos permanentemente del empedrado. ¡Ánimo y a por ello!